Por Ana María Llamazares
El coronavirus nos está trayendo, como un reto colectivo, la imperiosa necesidad de una ampliación de consciencia a nivel global, de la humanidad toda. Pero que indefectiblemente, requiere del apoyo y la participación responsable y solidaria de cada uno de nosotros.
Nos vamos dando cuenta, con una velocidad y evidencia impensadas, que todos somos uno. Algo que tanto se declama desde todas las disciplinas espirituales, nos llega ahora de la mano de un diminuto “amigo invisible”. ¿Cómo traspasar la barrera del miedo y el rechazo hacia el “corona”, ahora convertido en el enemigo público número uno, para encontrar en su llegada algo más que una amenaza generalizada, sino algo así como una sonora llamada a un despertar colectivo?
Quisiera acercarles algunas reflexiones en estas circunstancias tan difíciles para todos, porque sabemos que es justamente en los momentos de crisis, en los que se activa la dinámica del cambio, la tensión entre el peligro y la oportunidad.
No hace falta enumerar los peligros, estamos sobreinformados acerca de ellos. Sí decir, que tal vez el peor peligro sería sucumbir al miedo, ya que eso, además de bajar nuestras defensas y hacernos aún más vulnerables, nos puede confundir, impidiendo que podamos ver más allá de lo inmediato, y advertir cuál puede ser la gran oportunidad del momento.
Todos queremos que el virus pase y que todo vuelva a la normalidad. Sin embargo, algo ya ha cambiado y nunca será igual. La situación nos ha llevado a experimentar profundamente la interrelación y hermandad con todo lo que existe en el planeta y en el cosmos. Y esta experiencia generalizada ya marcará una diferencia.
Ésta bien puede ser una gran oportunidad para que la humanidad en su conjunto tome consciencia de la necesidad de revisar nuestros hábitos y modos de pensar, de sentir y de actuar; y los transforme drásticamente. Confiamos en que también los gobiernos y organismos internacionales que pueden tomar medidas concretas, levanten la mirada y se coordinen a su vez en una acción conjunta e integral.
Mientras tanto, el aislamiento social nos confronta con una de las vivencias más angustiantes de la condición existencial del mundo moderno: la de sentirnos solos y desamparados. Es una inmejorable oportunidad para activar las fuerzas positivas que nacen del propio corazón humano, en resonancia con el corazón de nuestro planeta y de los demás seres vivientes. El miedo y el aislamiento pueden ser las primeras reacciones inmediatas, pero también es importante trascenderlos. Pensemos que más allá de las medidas preventivas que es necesario respetar, la mejor inmunidad es nuestra propia irradiación profunda, de serenidad, de confianza, de solidaridad, de amorosa responsabilidad.
Se está poniendo en evidencia una vez más que el ser humano tiene una asombrosa capacidad de resciliencia para superar adversidades, y ésta no será ni la primera ni la última vez para demostrarla.
Estamos invitados a convivir con la incertidumbre, a no proyectar demasiado hacia un futuro que nadie puede anticipar. Lo cual, en lugar de conducirnos hacia un sombrío desánimo, resalta aún más la importancia de desarrollar la confianza y alimentar la esperanza como faros que nos mantienen en alto.
Sabemos que encontrar el sentido más profundo y trascendente de esta crisis, y descubrir sus virtudes, puede conllevar a su más rápida y duradera superación.
Buenos Aires, 26 de Marzo de 2020
*Agradecemos a la Fundación Columbia la autorización para compartir este fragmento del texto redactado originalmente como mensaje institucional.